Durante siglos, tanto el hombre como los
demás seres vivos han aprovechado la energía solar, no sólo como una opción
energética sino como fuente de vida, pues sin esa estrella no habría vida en la
Tierra. El cuerpo humano produce
vitamina D cuando los rayos ultravioleta provenientes del Sol llegan a la piel.
La vitamina D es esencial para el crecimiento de los huesos. Nuestro organismo,
como necesita alimentos, depende indirectamente de la energía solar, pues ésta
es indispensable para que se lleven a cabo las reacciones de la fotosíntesis.
De hecho, las plantas pueden almacenar 1% de la radiación solar que les llega.
Debido a que todos los seres vivos se alimentan unos de otros, formando una
gran cadena alimenticia, toda la flora y la fauna terrestre vive gracias al
aprovechamiento directo o indirecto de la energía solar. Prueba de esto es que
más de 90% del material orgánico que permite la vida marina, llamado
fitoplancton, se halla precisamente en aquellas capas del océano donde llega la
luz del Sol. Hace unos 2,500 años la
cultura griega comenzó a diseñar sus casas para captar la radiación solar
durante el invierno. Casi con total seguridad no fue la primera cultura humana
en hacerlo. Posteriormente otras personas creerían descubrir por vez primera
las ventajas de abrirse al Sol.
Los romanos adoptaron la técnica solar
griega, desarrollándola y adaptándola a los diferentes climas del imperio,
empleando el vidrio en el cerramiento de las ventanas a fin de incrementar la
ganancia de calor solar evitando las pérdidas, y aplicándola en invernaderos y
edificios públicos tales como los baños. La
arquitectura solar se convirtió en parte tan consustancial de la vida que la
garantía de los derechos al sol, es decir, el derecho a que la casa del prójimo
no se interpusiera entre el Sol y la casa propia, quedaría finalmente
incorporado a la ley romana. Junto con la orientación solar de los edificios y
el empleo del vidrio como captador del calor solar, los antiguos conocieron
otros modos de aprovechar la energía solar. Griegos, romanos y chinos
desarrollaron espejos curvados que podían concentrar los rayos del Sol sobre un
objeto con intensidad suficiente como para hacerlo arder en pocos segundos. Se
trataba de reflectores solares a base de plata, cobre o bronce pulimentado.
Yendo más
lejos que los griegos y romanos, en el siglo XVIII el uso del colector solar en
forma de invernaderos surgió con fuerza en Inglaterra, donde llegaron a ponerse
de moda con tal intensidad que se consideraba de mal gusto no poseer uno.
Resulta notable la detallada comprensión del funcionamiento del colector solar
que tenían los artesanos de la época, con anterioridad a que fueran difundidos
los principios termodinámicos que permitirían explicar el fenómeno. De este
modo, la necesidad de aislamiento nocturno se manifiesta en las contraventanas,
toldos y demás partes móviles de la carpintería. También se entrevió las
ocasionales necesidades de ventilación, disponiéndose ventanucos arriba y abajo
para permitir la expulsión de aire caliente y poder evitar así
sobrecalentamientos excesivos. En los invernaderos de la época, se afinaba
también la inclinación del vidrio según la latitud del lugar, a fin de
enfrentarse al sol de la manera más directa en la época más fría.
Finalmente,
el uso del invernadero pasó de la horticultura a la vivienda, primero como
espacio anexo a la misma, que servía de aislamiento respecto al espacio
exterior, después como habitación para algunos usos (tales como juegos, lectura
o descanso), después, incorporado en la propia vivienda, en forma de estufa o
salón con fuerte acristalamiento en la cubierta y/o en los muros laterales.
En el siglo
XIX la popularidad de las estufas fue tal que cada quien quería tener una. De
hecho, la gente comenzó a no preocuparse de la correcta orientación. A fin de
conseguir una estufa en su vivienda, y en el caso de carecer de una habitación
de la casa con la orientación adecuada, se acristalaba la fachada en cualquier
caso, y para producir el mismo calor que no podía entonces ganarse del Sol, se
recurría a sistemas de calefacción basados en el carbón o en el gas,
disponibles a precios irrisorios por aquella época. De esta forma, en lugar de
calentarse mediante los rayos solares procedentes del sur, los invernáculos
contaban con sistemas de calefacción artificial; de ahorradoras de combustible,
las estufas pasaron a ser despilfarradoras del mismo. Debido a ello, la muerte
y desaparición de la estufa inglesa fue en muy buena parte debida a la
institución del racionamiento de combustible durante la primera guerra mundial.
La lección de la calefacción solar aprehendida en una época de sabia
utilización de los recursos locales y disponibles, volvió a perderse cuando el
acceso a recursos energéticos fósiles lejanos pero baratos se generalizó.
A finales
del siglo XIX, ya familiarizados con las propiedades de las cajas calientes. En
USA florecieron empresas rentables dedicadas a la instalación de aparatos
solares domésticos. La patente Climax, por ejemplo, de 1891, mezclaba la vieja
práctica de la exposición de depósitos metálicos desnudos al sol con el
principio científico de la caja caliente, incrementando, así, la capacidad del
depósito para captar y retener el calor solar. En nuestro país a lo largo de
los años, la energía solar ha sido prácticamente desaprovechada en su totalidad
debido a la casi nula difusión de estos sistemas, fundados en un tipo de
energía que es natural, renovable y no contaminante. Esto ha generado que el
mercado comercial sea pequeño, al igual que la demanda y en consecuencia, en la
mayoría de las aplicaciones, que el costo de producción sea tan elevado,
desperdiciando la luz del Sol, que aparece todas las mañanas sin cobrar.
Debe quedar
claro que la energía solar no constituye la solución universal de la cual los
hombres obtendrán todo lo que necesitan. La energía solar contribuye
modestamente como otra posibilidad energética y no se trata de defenderla a
ultranza como la única fuente de energía. Un planteamiento realista sería
considerarla seriamente como una opción energética con sus deficiencias
tecnológicas, sus desventajas económicas actuales y sus ventajas a largo plazo.